«Vemos el surgimiento de líderes extremos, como Milei o Trump. Ninguno refleja el perfil tradicional ni sigue las reglas de las teorías clásicas, pero comparten haber surgido en escenarios de recesión.»
El mundo está en constante cambio, y las dinámicas sociales, tecnológicas y económicas evolucionan a una velocidad que a veces parece superar la capacidad de comprensión y adaptación de muchas teorías, incluidas las de liderazgo.
Es así como el perfil clásico de líder colaborativo, democrático y de consenso, no parece ser hoy el que todos buscan o eligen, sobretodo en el ámbito político. Las teorías clásicas enseñaban que un buen líder cumplía un perfil más bien transformacional, conciliador y democrático, buscaba generar un cambio profundo en la sociedad mediante la cooperación, la inclusión y la empatía. Una Ángela Merkel o un Barack Obama, líderes tradicionales reconocidos por concentrarse en el diálogo en lugar de exacerbar divisiones.
¿Acaso ese perfil no es adecuado para las problemáticas actuales? ¿La cooperación y la democracia ya no son lo ideal al momento de buscar el bienestar de la sociedad? Al parecer hay algo que las teorías tradicionales no lograron explicar. Claro, la mayoría de ellas surgieron en entornos muy diferentes a los actuales, más estables y con estructuras jerárquicas tradicionales, es lógico que no siempre puedan explicar las dinámicas de liderazgo necesarias en tiempos de retos como los que hoy enfrentamos: globalización, digitalización y otros.
Vemos el surgimiento de líderes extremos, como Milei o Trump. Ninguno refleja el perfil tradicional ni sigue las reglas de las teorías clásicas, pero comparten el hecho de haber surgido en escenarios de recesión económica, desigualdad social o desconfianza en las instituciones. Promueven un enfoque de «nosotros contra ellos», una figura de liderazgo polarizante, se presentan como opciones «fuera del sistema» con una imagen de liderazgo autocrático o paternalista, capaz de tomar decisiones unilaterales, imponer reglas estrictas y defender con firmeza sus puntos de vista. Muchos votantes no buscan una figura técnica que necesariamente los inspire hacia el progreso, sino una que les de voz, entienda sus frustraciones, ofrezca soluciones claras aunque sean extremas y canalice su descontento. Esto se potencia con la era digital y el uso intensivo de redes sociales, donde es posible conectar directamente con el electorado a través de plataformas que amplifican el mensaje y la figura del líder, haciendo que la comunicación directa y sin filtros sea un pilar central en su estrategia.
Estos liderazgos extremos demuestran que las teorías deben evolucionar e incorporar elementos de gestión en situaciones de crisis donde intensificar el conflicto se convierte en una estrategia para consolidar poder y las personas muchas veces valoran más la seguridad y la certeza que la participación democrática.
Es una realidad, el mundo cambió e impulsó nuevos tipos de liderazgo, al parecer electoralmente más eficaces que los tradicionales, pero con un riesgo importante de tener consecuencias destructivas para la cohesión social si no se saben gestionar. Aún no sabemos si estos líderes extremos serán capaces de mejorar la calidad de vida de las personas y hacer progresar a sus naciones, pero sí sabemos que pueden fracturar aún más la sociedad utilizando las emociones negativas como combustible para su poder. Esperemos que las nuevas teorías den luces respecto cómo gestionar tanto los beneficios inmediatos de estos liderazgos como los costos a largo plazo que sólo debilitan la sociedad y la convivencia democrática.
Michelle Tobar Ramírez, Facultad Ciencias Económicas y, Administrativas, Universidad de Concepción. Columna opinión de El Sur, viernes 08 de noviembre 2024 |
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