«Don’t call me gringo» | FACEA UDEC

«Cuando EE.UU. propone esta montaña rusa de aranceles, ¿cuál es el criterio o qué intereses busca defender? La obsesión de Trump parecen ser exportar más de lo que importa y reducir el déficit fiscal.»

Es tema obligado por estos días, en una columna de economía, hablar de la guerra comercial iniciada por el Presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Y es que el comportamiento del blondo mandatario ha dejado perpleja a nuestra profesión. Primero, porque sabemos que, aunque en muchos casos el intercambio y el progreso suelen generarlo, el valor de los bienes está limitado por la ley de la conservación de la materia, es decir, que el valor de aquello que se ha transformado para satisfacer alguna necesidad debe ser distribuido entre aquellos que participaron del proceso.

Si alguien más interviene, el mismo valor debe repartirse entre más gente y cada uno de los participantes recibe menos: si ese alguien es un Estado cobrando (más) impuestos, quienes producen y quienes compran podrían retractarse de su decisión de vender y comprar y terminamos con menos actividad económica. Podríamos tratar de obligar a la gente a producir, pero la historia nos enseña que en ese tipo de experimentos la libertad termina imponiéndose.

Entonces, cuando Estados Unidos propone esta montaña rusa de aranceles, la pregunta es cuál es el criterio o qué intereses busca defender. Las obsesiones de Trump parecen ser la de exportar más de lo que importa y la de reducir el déficit fiscal, por lo tanto, aumentando los aranceles imagina que matará dos pájaros de un tiro. Pero su idea es como la de beber desinfectante para combatir el covid. Sabemos que las políticas de sustitución de importaciones y la protección de la industrial nacional no genera mejoras en la productividad y que, por lo tanto, es imposible que los precios de los bienes bajen. Sin ganancias de productividad, la única posibilidad de que los salarios suban es que haya menos trabajadores imponiendo restricciones a la inmigración. Pero esto, sumado a las barreras al comercio, hará que haya menos bienes en lugar de más bienes. Y sabemos que esa tajada que sacará el fisco estadounidense al comercio perjudicará no solo al resto del mundo, sino que también a los consumidores de ese país, entonces, ¿qué intereses son los intereses de Estados Unidos?

Lo segundo que llama la atención es el desprecio por las instituciones. Las costumbres, la historia, la cultura, incluso los tratados internacionales no valen nada si es que, de pronto, alguien suficientemente poderoso siente que eso ya no le conviene, no le beneficia. Para alguien de mi generación, que se pasó la infancia y la adolescencia viendo monitos y series estadounidenses que nos decían que había que cuidar el planeta y evitar el bullying, es una tremenda paradoja que sean los propios estadounidenses los que impulsan el deterioro del ambiente y un nuevo orden mundial basado en el abuso. Desde el que se cree suficientemente fuerte para no ceder el asiento en la micro, el que cree que por tener un auto suficientemente grande no tiene porqué respetar los espacios en el estacionamiento, hasta el que cree que por tener suficiente dinero no tiene porqué respetar las leyes, todos se ven validados por este nuevo «orden mundial».

Y todo esto hace que perdamos por completo la confianza en los demás. Que cada uno quiera salvarse solo es el peor de los mundos. Cuando las ovejas huyen del lobo, solo intentan esconderse en medio del rebaño y eso hace que el rebaño entero arriesgue caer por un barranco. Como sociedad habíamos evolucionado a algo mejor que eso, pero este gringo ha sacado lo peor de lo nuestro. Ojalá podamos resistir.

Dr. Claudio Parés Bengoechea, Facultad Ciencias Económicas y, Administrativas, Universidad de Concepción.

Columna opinión de El Sur, viernes 11 de abril 2025