«Esta «burbuja» nos aísla de visiones divergentes y genera un bucle perpetuo de autocomplacencia intelectual que nos hace creer que lo que piensa nuestro entorno es la opinión de la sociedad en su conjunto.»
Una característica de nuestros tiempos es la personalización de las experiencias digitales. En efecto, las plataformas en línea nos ofrecen un festín de información a medida, adaptada a nuestros gustos y preferencias, sugiriendo que el consumidor actual nunca estuvo mejor.
Pero esta personalización tiene un «lado oscuro» en las llamadas «cajas de resonancia digitales»: foros donde nuestras creencias son continuamente reforzadas pues solo estamos expuestos a información que confirma nuestras ideas preexistentes. Así, esta «burbuja» nos aísla de visiones divergentes y genera un bucle perpetuo de autocomplacencia intelectual que nos hace creer que lo que piensa nuestro entorno es la opinión de la sociedad en su conjunto.
Conviene distinguir aquí dos escenarios: el primero es cuando existe un ranking objetivo de opciones (por ejemplo, todos prefieren una buena traducción de Hamlet a una de baja calidad), y el segundo es cuando el ranking es subjetivo (por ejemplo, algunos prefieren libros de tapa blanda y otros de tapa dura).
Mientras que la personalización es muy apropiada para el segundo caso («diferenciación horizontal» en jerga económica), puede ser funesta en el primero («diferenciación vertical»): si una política de estado es objetivamente mejor que otra, pero «el algoritmo» nos induce a elegir la segunda, todos terminaremos peor. Esto es justamente lo que las cajas de resonancia digitales pueden generar: la opinión predominante en cada una puede diferir dramáticamente de la verdad objetiva, y sin embargo la falta de exposición a perspectivas diferentes hace que sus miembros estén convencidos de estar en lo correcto y se termine tomando la decisión equivocada. Incluso más, la uniformidad de pensamiento resultante genera identidades arraigadas, capaces de bloquear el diálogo y dificultar la búsqueda de la verdad. Cualquier argumento que desafíe su perspectiva se convierte así en un ataque personal, alimentando la polarización entre grupos. Y la sociedad se convierte de este modo en terreno fértil para que populismos de eslogan fácil promuevan las divisiones y ofrezcan «soluciones» simplistas y subóptimas.
Pero, ¿por qué este fenómeno se ha convertido en un problema justo ahora? ¿No somos acaso todos víctimas del «sesgo de confirmación» que nos hace buscar y aceptar información que respalde nuestras creencias? Sí, pero la tecnología ha elevado este sesgo psicológico a niveles cósmicos: por un lado, ahora podemos acceder a comunidades virtuales afines a nosotros sin importar la distancia geográfica que nos separa; por el otro, la personalización refuerza nuestra visión del mundo y nos induce a creer que la misma es universal e irrefutable mientras que las otras miradas -incluso cercanas a la nuestra- son intrínsecamente ilógicas e indefendibles.
Entonces, ¿estamos perdidos? No necesariamente, pero sí es difícil resistir la tentación de aferrarnos a nuestras creencias como si nuestras vidas dependieran de ello. Es imprescindible ampliar nuestras fuentes de información y, sobre todo, evaluarlas con espíritu crítico. Solo así podremos romper nuestras cajas de resonancia, construir una sociedad basada en el compromiso con la verdad, tomar decisiones informadas, construir puentes en lugar de barreras y abrir caminos hacia un futuro más próspero.
Dr. Miguel Sanchez Villalba, Facultad Ciencias Económicas y, Administrativas, Universidad de Concepción.
Columna opinión de El Sur, Viernes 04 de agosto de 2023 |
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